Corazón de papá

by Amelia

El servicio de salud holandés nos trataba distinto. Empezando con el idioma, parecía que nuestro embarazo era de otro planeta, otro universo llamado Europa. Con parteras o matronas en lugar de ginecólogos y en “consultaties bureaus” en lugar de clínicas. Los márgenes básicos de lo que relacionas con salud, habían ya cambiado en nuestras vidas. Un sistema muy diferente y que, de seguro, funcionaba mejor que el nuestro, era al que obligatoriamente debíamos sumarnos. Con solo 3 ecografías durante todo el embarazo, tocaba la 2da, muy importante para nosotros, la que nos daría la primicia del niño o niña.
Durante todo el tiempo, estuve segura de que sería un niño. Corrían las apuestas y la creatividad de la familia y amigos. Será idéntico al papá, pero ojalá con los ojos de la mamá. Quien se mantenía firme era el papá: Será niña y punto, el resto no importa. Por mi parte, ya incluía a Gaél en conversaciones y tweets.
A la hora de la hora, la ecógrafa suscribió a papá: It’s a girl! Solo sonreí y me quede tranquila, porque sabía que todo andaba bien allí adentro. Era lo más importante, hasta el día de hoy y por siempre, lo será así. Es así, que emprendimos una larga búsqueda, el nombre que tendría nuestra primera hija. A decir verdad, los nombres convencionales jamás han sido de mi preferencia. Quería algo único y a la vez con significado importante, que incluya tradición e historia. Era como elegir un título para un trabajo que aún no había iniciado, pero que pudiera interpretarse en cualquier realidad. Una idea bastante soñadora, pero eso nos identificaba a las embarazadas, ¿no? Después de un arduo debate se llegó a un gran resultado: N.A. en sus iniciales.

Ya estaba dicho, era una niña. Podía notar la emoción en papá, pensando siempre en su niña, comprando chucherías, de colores neutros, porque así se lo sugerí en un inicio. No quería que mi niña entienda el rosa para niñas y el azul para niños, quería que su perspectiva sea mucho más amplia desde un inicio, pero me ganó la ternura de los lazos y vestidos rosas, imaginando como se verían en su cabello oscuro y en los rizos, que estábamos seguros, tendría. Nos envolvía un romanticismo alucinante, y digo alucinante porque todo el tiempo alucinábamos con eso. Y cada día estábamos más cerca de su llegada. Y del verdadero esfuerzo.


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