Habían ya pasado las 40 semanas, no podía más. Estar embarazada se había vuelto una pesadilla. Ya eran más momentos de incomodidad y más y cada vez más. Ya habíamos tenido falsas alarmas, contando si las contracciones seguían un ritmo, si aumentaba el dolor o si al hacer pis de repente se rompía la fuente. Pero no, nada de eso terminó en la llegaba de Amelia. Había perdido la esperanza de esos partos donde se rompe la fuente y ocurre todo muy rápido y de emergencias.
Ese 20 de abril era un día normal, llegaron unos amigos, compartimos un rato y luego se fueron. Fuimos a dormir por un momento, luego fui a prepararme una ensalada de frutas. Mamá despertó para ver una película, nos sentamos los tres (casi cuatro) en la sala. Como típica embarazada, quería orinar cada cinco minutos, esta vez no fue igual. Al regresar del baño sentí un dolorcillo intenso en la zona lumbar, ya sabía lo que se nos venía esa noche. Esto no es normal, pensé, esta vez sí y “somos lo que somos”. Llamamos a la partera, quien llegó casi al instante, me revisó y me felicitó: “Sí, ya tiene cuatro centímetros. Nos vamos al hospital.” Y entre risa de nerviosos emprendimos la aventura del trabajo de parto. En ese momento llamé a mi papá, el dolor era aún soportable. Podía correr y saltar en el momento en el que la contracción se iba, pero cuando llegaba, solo respiraba, al menos eso intentaba.
El papá de Amelia se veía muy sereno, bueno, a decir verdad, el sieeeeeempre parece muy sereno, pero esta vez, notaba su ansiedad por el momento, a pesar de su corta edad, trataba de mantener su posición como “hombre de la casa”. Las sillas de ruedas del hospital eran terribles, parecían bancas de madera con ruedas, prefiera ir parada a estar sentada. Para sacar la silla de ruedas, debías insertar una moneda, como en algunos casilleros de tienda, lo curioso fue que el papá de Amelia puso un sol, en lugar de un euro. Era una señal más de que nuestra peruanita llegaba en cualquier momento.
El camino hacia el cuarto se me hacía bastante largo y eso me daba más miedo, era la primera vez que entraba a ese hospital y donde haría el esfuerzo más grande de mi vida, hasta el momento. Al llegar solo me recosté en una cama, me revisaron y me pusieron los típicos aparatos de enfermo. El dolor aumentaba cada vez. Yo, que me llenaba de valor al pensar en el parto, era un manojo de nervios y dolor en ese momento. Me sugerían respiraciones para esperar a que sea el momento adecuado para que me pongan la epidural, pero mis alientos se gastaban en maldecir a las enfermeras que no hacían absolutamente nada por mí y ni siquiera tenían buen inglés como para poder explicarme con facilidad. El papá de Amelia se iluminó ese día y su holandés era casi perfecto, aunque parecía no entender mi español a causa de la tensión y ansiedad.
Rápido y sin dolor
Lo único que había deseado por los últimos tres meses era dar a luz. Quería que fuera un parto emocionante, pero rápido, no quería sufrir, pero era imposible y eso lo sabía. Afortunadamente, las horas pasaban rápido y casi no las sentía. Ya con la tercera dosis de epidural y con un dolor un poco menos intenso, esperábamos que sea la hora de la vida. Entre tanto prefería no hablar, pensaba en mi vida pasada, mi vida de joven, casi adolescente con tendencia a la rebeldía y de lengua rápida y libre. Recordé una pequeña operación que tuve a la boca, la muela del juicio me reventaba la cabeza y el dentista recomendaba una incisión para extraerla, eso fue anestesia tras anestesia, mi cuerpo parecía no tener reacción ante la anestesia. Recordé también que al estudiar de noche el café nunca me hizo efecto, tampoco los energizantes, entre otras sustancias juveniles. Ahí la respuesta a mi tercera dosis de epidural. La enfermera volvió a la habitación, se puso los guantes, llamó fuertemente a la doctora. Amelia ya llegaba, al fin…
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2 comments
"El papá de Amelia se iluminó ese día y su holandés era casi perfecto, aunque parecía no entender mi español a causa de la tensión y ansiedad" jajaja me encantó. Sigue escribiendo, me gusta leerte mucho. Eso que leer blogs siempre me ha parecido aburrido pero el tuyo entretiene demasiado. Felicidades por tu hermosa familia 🙂
Gracias por leerme, Katherín ❤️