A pesar de ver las lucecitas navideñas y los adornos en los supermercados, no sentía ese típico aire navideño, emocionante y nostálgico, que te toca los mejores recuerdos de infancia y te transporta a la cocina de mamá, al rico olor de aderezo navideño, al sabor de un rico chocolate de tasa -en pleno calor- y, en mi caso, a la emoción que ponía mi abuelita por la Noche Buena. Todo esto, no lo sentía y no sabía por qué.
Mi familia estaba bien, todos gozando de buena salud y organizando todo para la primera Noche Buena de Amelia y Pilar, mi sobrinita de los ojos azul-gris y mirada juguetona, que tan solo con 4 meses pasaría su primera Navidad. Pasaba diciembre y yo aún no sentía el espíritu navideño. Faltando 4 días para la esperada noche, pude sentir la activación automática que había estado esperando. Llegó el papá de Amelia y todo cambió al instante.
Nos fuimos preparando súper rápido, aunque nos fue sencillo, pues no seríamos anfitriones esa noche. Sería como el año anterior, pasar con mi familia la noche, hasta las 11:30 p.m. y luego partiríamos a pasar las 12 con su familia.
Era mi primera Navidad como mamá y la verdad sí sentí un gran cambio, no me importaban los regalos, solo quería estar en armonía y pasar un momento agradable con mi familia. Me dejó de importar sacar fotos para mis redes sociales, prefería no perder el tiempo en fotos y poder grabarlo en mi memoria, disfrutar todos los momentos de mi familia para poder recordar alguna anécdota para contar el año siguiente y conservar una tradición.
Entonces me di cuenta que estaba madurando y que la maternidad me asentaba cada vez más. Conecté no sentir el espíritu navideño hasta ver a mi esposo y sentir que estábamos nuevamente juntos los tres, como familia. Que la familia en donde yo era la hija y hermana, había dejado de ser mi núcleo, con esto no quiero decir que dejé de darles la importancia que tienen y tendrán por siempre en mi vida, sino que yo ya no era quien recibía, no objetos, sino estabilidad, responsabilidad, emoción, por el contrario, era yo quien me sentía en la linda obligación de darla y de ser ese bastión, el sostén de una nueva familia, como lo fue mi mamá cuando yo era solo hija.
Partimos un poco tarde a casa de mi mamá, Amelia se había fastidiado un poco por el ajetreo del día y, principalmente, porque detesta que le pongan ropa, prefiere quedarse en pañales. Pero esta vez no podía ceder, estábamos destinadas a usar vestidos rojos esa noche y vernos radiantes para la primera foto navideña, la cual no fue como esperaba porque no quería perder más que un minuto para una foto, quería disfrutar íntegramente de la primera experiencia, como ya les conté.
Los tres, más que por lo que llevábamos puesto esa noche, sino por nuestra actitud, nos veíamos realmente navideños, con aura de paz y armonía, imaginándonos el banquete de la noche y la reacción de Amelia al ver las sorpresas que le habían preparado nuestras familias. Al llegar a casa de mi mamá, mi papá había preparado un chanchito, buenísimo. Esperaban ya en casa que llegáramos, Pilar estaba hermosa, las primitas estaban listas para festejar. Los abuelos felices. Abrimos los regalos y los momentos alegres seguían llegando. Nos fuimos a la casa de la abuelita María, Amelia con su sonrisa infinita hizo que las casas se llenen esa Navidad de mucho más amor y emoción.
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