Invertir en una prenda de ropa, hace unos años, significaba estar muy seguro de tu elección. Gastar 250 soles en un pantalón justificaba el tiempo que te tomabas en el probador, pues a ese costo tenía que ser una prenda versátil y de calidad. Esto ha cambiado considerablemente con la denominada Fast Fashion o moda rápida, una realidad que nos ha envuelto, no solo en sus telas, sino que en grandes contradicciones y daños.
A partir de los años 80, muchas empresas de la industria textil cambiaron las reglas del juego, la nueva fórmula consistía en lanzar diseños con rotación rápida: colecciones nuevas a bajos precios. Las cosas no son tan simples como comprar y vestir, cada prenda usada tiene un origen y un destino.
La variación más significativa ha sido el precio y la condición. En este punto nos preguntamos cómo pasamos de 250 a 50 soles por un pantalón, incluso con el beneficio de estar en tendencia. Es sencillo, se han reducido los costos de producción, principalmente, por dos razones: mano de obra barata y mala calidad de la tela, las cuales han desencadenado muerte, esclavitud y contaminación.
Con la globalización, se desarrolló la idea de que todos ganaban. Las masas consumidoras podrían tener productos a precios abordables y los obreros de los países pobres (Sudeste Asiático y Centroamérica), trabajo que les permitiera salir de la miseria. Esto no ha sido así.
El materialismo ha cobrado un precio más grande del que se imagina y se ha llevado la vida de muchos trabajadores bajo la precariedad.

El 24 de abril de 2013, un edificio de producción textil en Savar, Banglandés, se desplomó. En aquella tragedia murieron 1130 trabajadores y más de 2500 resultaron heridos. Según la ONG Campaña Ropa Limpia, por lo menos 30 marcas de ropa, entre europeas y norteamericanas, confeccionaban en esa fábrica.
Sin ser un incidente apartado, Campaña Ropa Limpia señala que se han reportado más de mil decesos entre 2006 y 2010 en incendios en talleres del Sudeste Asiático, los cuales, al igual que en el caso del derrumbe, consideran evitables si se hubieran tenido las condiciones adecuadas.
Además de perder sus vidas, los operarios cumplen jornadas de hasta 16 horas, en las que no se distinguen edades ni sexo. La esclavitud, incluso la infantil, es una realidad que elabora tus prendas.
Concentrados únicamente en las ganancias, los derechos de los trabajadores pasan a ser un asunto nimio, al igual que el medio ambiente.
Siguiendo con el origen de tus prendas, para la confección de unos jeans, se requieren 7500 litros de agua (la cantidad que bebe una persona promedio durante siete años), según la Organización de las Naciones Unidas. Pero esto no acaba aquí, los residuos de producción contribuyen también al 10% de las emisiones de CO2 a nivel global (el equivalente a lo que libera la Unión Europea por sí sola), señala Greenpeace.
El futuro de la prenda rápidamente descartada es el vertedero o la queman, para seguir con el aporte contaminante.
Este modelo de negocio resulta insostenible y, en tanto no se cambie, poco puede hacerse. Sin embargo, existen maneras de reducir el impacto negativo, entre las que se encuentran, además de la concientización personal sobre comprar o no productos de este sistema, el reciclaje textil, la reutilización y el eco-diseño. La ropa es una manera de comunicación, utilicémosla para cambiar la industria.