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El gran día

by Amelia 2 diciembre, 2015

Habían ya pasado las 40 semanas, no podía más. Estar embarazada se había vuelto una pesadilla. Ya eran más momentos de incomodidad y más y cada vez más. Ya habíamos tenido falsas alarmas, contando si las contracciones seguían un ritmo, si aumentaba el dolor o si al hacer pis de repente se rompía la fuente. Pero no, nada de eso terminó en la llegaba de Amelia. Había perdido la esperanza de esos partos donde se rompe la fuente y ocurre todo muy rápido y de emergencias.

Ese 20 de abril era un día normal, llegaron unos amigos, compartimos un rato y luego se fueron. Fuimos a dormir por un momento, luego fui a prepararme una ensalada de frutas. Mamá despertó para ver una película, nos sentamos los tres (casi cuatro) en la sala. Como típica embarazada, quería orinar cada cinco minutos, esta vez no fue igual. Al regresar del baño sentí un dolorcillo intenso en la zona lumbar, ya sabía lo que se nos venía esa noche. Esto no es normal, pensé, esta vez sí y  “somos lo que somos”. Llamamos a la partera, quien llegó casi al instante, me revisó y me felicitó: “Sí, ya tiene cuatro centímetros. Nos vamos al hospital.” Y entre risa de nerviosos emprendimos la aventura del trabajo de parto. En ese momento llamé a mi papá, el dolor era aún soportable. Podía correr y saltar en el momento en el que la contracción se iba, pero cuando llegaba, solo respiraba, al menos eso intentaba. 

El papá de Amelia se veía muy sereno, bueno, a decir verdad, el sieeeeeempre parece muy sereno, pero esta vez, notaba su ansiedad por el momento, a pesar de su corta edad, trataba de mantener su posición como “hombre de la casa”. Las sillas de ruedas del hospital eran terribles, parecían bancas de madera con ruedas, prefiera ir parada a estar sentada. Para sacar la silla de ruedas, debías insertar una moneda, como en algunos casilleros de tienda, lo curioso fue que el papá de Amelia puso un sol, en lugar de un euro. Era una señal más de que nuestra peruanita llegaba en cualquier momento. 

El camino hacia el cuarto se me hacía bastante largo y eso me daba más miedo, era la primera vez que entraba a ese hospital y donde haría el esfuerzo más grande de mi vida, hasta el momento. Al llegar solo me recosté en una cama, me revisaron y me pusieron los típicos aparatos de enfermo. El dolor aumentaba cada vez. Yo, que me llenaba de valor al pensar en el parto, era un manojo de nervios y dolor en ese momento. Me sugerían respiraciones para esperar a que sea el momento adecuado para que me pongan la epidural, pero mis alientos se gastaban en maldecir a las enfermeras que no hacían absolutamente nada por mí y ni siquiera tenían buen inglés como para poder explicarme con facilidad. El papá de Amelia se iluminó ese día y su holandés era casi perfecto, aunque parecía no entender mi español a causa de la tensión y ansiedad. 

Rápido y sin dolor

Lo único que había deseado por los últimos tres meses era dar a luz. Quería que fuera un parto emocionante, pero rápido, no quería sufrir, pero era imposible y eso lo sabía. Afortunadamente, las horas pasaban rápido y casi no las sentía. Ya con la tercera dosis de epidural y con un dolor un poco menos intenso, esperábamos que sea la hora de la vida. Entre tanto prefería no hablar, pensaba en mi vida pasada, mi vida de joven, casi adolescente con tendencia a la rebeldía y de lengua rápida y libre. Recordé una pequeña operación que tuve a la boca, la muela del juicio me reventaba la cabeza y el dentista recomendaba una incisión para extraerla, eso fue anestesia tras anestesia, mi cuerpo parecía no tener reacción ante la anestesia. Recordé también que al estudiar de noche el café nunca me hizo efecto, tampoco los energizantes, entre otras sustancias juveniles. Ahí la respuesta a mi tercera dosis de epidural. La enfermera volvió a la habitación, se puso los guantes, llamó fuertemente a la doctora. Amelia ya llegaba, al fin…

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Corazón de papá

by Amelia 18 noviembre, 2015

El servicio de salud holandés nos trataba distinto. Empezando con el idioma, parecía que nuestro embarazo era de otro planeta, otro universo llamado Europa. Con parteras o matronas en lugar de ginecólogos y en “consultaties bureaus” en lugar de clínicas. Los márgenes básicos de lo que relacionas con salud, habían ya cambiado en nuestras vidas. Un sistema muy diferente y que, de seguro, funcionaba mejor que el nuestro, era al que obligatoriamente debíamos sumarnos. Con solo 3 ecografías durante todo el embarazo, tocaba la 2da, muy importante para nosotros, la que nos daría la primicia del niño o niña.
Durante todo el tiempo, estuve segura de que sería un niño. Corrían las apuestas y la creatividad de la familia y amigos. Será idéntico al papá, pero ojalá con los ojos de la mamá. Quien se mantenía firme era el papá: Será niña y punto, el resto no importa. Por mi parte, ya incluía a Gaél en conversaciones y tweets.
A la hora de la hora, la ecógrafa suscribió a papá: It’s a girl! Solo sonreí y me quede tranquila, porque sabía que todo andaba bien allí adentro. Era lo más importante, hasta el día de hoy y por siempre, lo será así. Es así, que emprendimos una larga búsqueda, el nombre que tendría nuestra primera hija. A decir verdad, los nombres convencionales jamás han sido de mi preferencia. Quería algo único y a la vez con significado importante, que incluya tradición e historia. Era como elegir un título para un trabajo que aún no había iniciado, pero que pudiera interpretarse en cualquier realidad. Una idea bastante soñadora, pero eso nos identificaba a las embarazadas, ¿no? Después de un arduo debate se llegó a un gran resultado: N.A. en sus iniciales.

Ya estaba dicho, era una niña. Podía notar la emoción en papá, pensando siempre en su niña, comprando chucherías, de colores neutros, porque así se lo sugerí en un inicio. No quería que mi niña entienda el rosa para niñas y el azul para niños, quería que su perspectiva sea mucho más amplia desde un inicio, pero me ganó la ternura de los lazos y vestidos rosas, imaginando como se verían en su cabello oscuro y en los rizos, que estábamos seguros, tendría. Nos envolvía un romanticismo alucinante, y digo alucinante porque todo el tiempo alucinábamos con eso. Y cada día estábamos más cerca de su llegada. Y del verdadero esfuerzo.


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40 semanas y 2 días

by Amelia 11 noviembre, 2015

Hola a todos los posibles que estén leyendo este blog en este momento, la semana pasada, a modo introductorio, les conté un poco de mí, de mi nuevo camino y cómo fue que se volvió, sin vueltas, mi vida. Resumiré esta vez lo que sucedió en los siguientes 6 meses (casi).
Mitad hombre, mitad animal
Descubrí un nuevo mundo dentro mío, y aunque suene un poco inoportuno, no me gustaba estar embarazada, me sentía incomoda la mayoría de veces durante 40 semanas y 2 días. Claro, físicamente. Pues emocionalmente, las conexiones fueron increíbles. No solo con Amelia, sino con su papá. Éramos dos jóvenes de 20 y 22 experimentando lo que no imaginamos, pero que tomamos con brazos abiertos y más de una ilusión por cumplir durante muchos años juntos, los tres.
En este instante, se me vienen a la cabeza recuerdos bastante anecdóticos: Le pedí al papá que le cantara una canción, era la primera vez que lo hacía. A él se le daba la música mucho más que a mí. Y entre su nerviosa risa, empezó con el coro de “El señor de la noche” de Don Omar. A todo esto, siempre sentí que Amelia y su papá tenían tal vez un cordón umbilical invisible y de kilómetros de largo. En mis días en Perú, recuerdo claramente haber visto un video suyo sin haberlo puesto intencionalmente y sentir como un sortilegio Weasley estallaba dentro mío. Sin explicación “lógica” alguna.
Entre tanto, los días pasaban con lluvia y mucho frío. Y mucha, mucha, comida chatarra. Algo que me resultaba a veces un poco incómodo, eran las recomendaciones de comida, pues estábamos solos, yo, bastante dormilona y adolorida, él, bastante agotado del trabajo, ambos con muchas ganas de recostarnos y ver TV peruana. No de cocinar.
Los días se nos hacían eternos, Amelia, mientras tanto, iba manifestándose. Mi panza iba creciendo. Empezaba a percatarme de su hipo constante, el mismo que conserva hasta hoy, sus pataditas y sus movimientos cuando comía dulces. Papá aún no sentía nada. Los meses próximos fueron fortaleciendo la relación entre él y Amelia. Cuando pudo sentir las pataditas y se acomodaba cerca de mí para sentir cómo Amelia lo llamaba.
La parte esperada del día, era, dentro de mi ilusión, la planificación del matrimonio. Sí, el papá de Amelia y yo nos íbamos a casar y yo iba a caminar hacia el altar con una notoria Amelia en mi vientre. Era bastante difícil planificar algo tan importante a distancia, afortunadamente no discrepamos en muchas cosas y tratábamos de que todo sea lo más sencillo posible, conservándonos a nosotros como protagonistas del cuento, siempre nosotros dos. Y nadie más.
Consolidarnos como familia no se nos hizo difícil durante el embarazo, porque lo principal era que, antes que nada, éramos mejores amigos, al menos él lo fue así para mí. Esta vida era llevadera para mí, aunque ver por redes sociales como iban desarrollándose mis compañeros de colegio y de universidad era bastante duro, me confortaba saber que pronto también volvería a mi camino profesional y con mucha más experiencia en la vida. El papá de Amelia era mi apoyo más grande, con una simple sonrisa y un “te prometo que en un par de años, volverás” me volvía a mi feliz, lejana y cómoda actualidad.

Y de eso se trataba, de comprender que no teníamos por qué seguir el orden típico de la vida, que busquemos nuestra felicidad, en el orden que sea, en el orden en el cual nos sintiéramos bien. En el orden en el que pudiéramos despertarnos en el frío invierno, con una patadita de buenos días y un beso antes de ir al trabajo.

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31 de octubre

by Amelia 2 noviembre, 2015

Cerca de mi departamento hay muchas galerías de disfraces. Era salir de casa y ver niños emocionados pidiendo a sus padres el traje que deseaban, aunque con mayor frecuencia, madres pidiendo a sus confundidos hijos vestirse de ciertos personajes y, dando muchas más opciones, las respuestas llegaban a un: “No, ma. Ese no me gusta, otro.”

Mi (aún) Amelia bebé, solo observaba los coloridos disfraces. Nunca le he dado mucha más importancia que un disfraz al Halloween, normalmente solía disfrazarme, porque me gusta, para permanecer en casa viendo alguna película. Pero tenía pensado hace mucho, disfrazar a Amelia, no sabía de qué. El año pasado, su papá pintó una pelota de fútbol en mi panza de embarazada, entonces quedaba descartado el tema futbolístico. Más que por convicción, siempre he sido de tradición (en esta clase de ocasiones), está vez me dejaría llevar por ambas, pues mi convicción anteponía el Día de la Canción Criolla y mi tradición también. En conclusión, decidí disfrazar a Amelia con motivo criollo. 

Como no podíamos ir a una peña ni celebrar la música en alguna fiesta, quise inmortalizar el momento del segundo 31 de octubre de la vida de Amelia con una sesión de fotos. Ya tenía el traje, la cámara, mi departamento se presta muy bien como estudio fotográfico, lo que faltaba era una escenografía y se me ocurrían guitarras y cajones, lo que me remitía de inmediato a mi tradición, que es la que quiero comentar por primera vez. 

Cordero y Martínez

Mi familia tiene una tradición musical desde hace mucho, llegando a su cumbre con mi abuelito Max José Cordero Y Martínez, Papá Pepe, primera guitarra del trío Los Morochucos. De lejos, de lo más peruano, original y elegante que podamos tener en nuestro repertorio nacional. Nuestra familia guarda gran tradición al criollismo musical, recordando siempre y compartiendo siempre lo que somos. Para mi papá, esto es más que música, es recordar a su papá, su historia, y todos los recuerdos que tiene con él, tocando como su segunda guitarra introducciones de la autoría de Papá Pepe, quien siempre junto a su Conche Perla, su guitarra favorita, mostraba su indudable gran talento musical. El huerto de mi amada, China hereje, La palizada, son algunos de los temas que tienen introducción compuesta por mi abuelo,  por ser las que más frescas tengo en la memoria. 

Nuestra celebración

Como he contado, mi familia guarda una tradición al criollismo. Pero, ¿Cómo hacer que Amelia se divierta escuchando historias y música? Iba a aburrirse. Yo la quería hacer partícipe y una de las actividades que más les gusta compartir, son las sesiones de fotos. Entonces esa fue la decisión. Una sesión de fotos con traje criollo, rescatando también su propia historia (papá y mamá), le compré un traje de bailarina de Festejo. Lo encontré en una galería de la Avenida San Luis, a un precio bastante módico, muy recomendable. En el trayecto, vi en un mostrador, unas corbatas michi de muchos colores y se me prendieron las ideas. ¿Por qué no incluir en este concepto a mi papá? Él, de elegante Morochuco y ella, la bailarina de Festejo en celebración de la Canción Criolla. Lo llamé y aceptó. Se veían radiantes en sus galas. Trajo la Conche Perla, teníamos el marco completo.

Mi Amelia linda celebrando el Día de la Canción Criolla con su abuelo Pepe y la guitarra Conche Perla. Aquí pueden leer el post completo: http://bit.ly/1Sht5AO
Posted by Amelia y su lámpara on Martes, 3 de noviembre de 2015


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2 noviembre, 2015 4 comments
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Mi historia de amor

by Amelia 21 octubre, 2015


Al llegar de Holanda, pensé que el cambio horario me seguía afectando. Era la sensación de una gripe, dolor de cuerpo, fiebre, sueño. Me preguntaba a diario qué era lo que estaba sucediéndome, despertaba a las 10 de la mañana y me acostaba a las siete. Mi sexto ciclo de universidad se me hacía muy pesado, las lecturas del curso de Etnología amazónica se me hacían infinitas y escuchar al profesor de Lenguaje y sociedad durante 3 horas y luego hacer el trayecto desde la PUCP hasta Salamanca, era terrible. Pasé una semana en esa situación, cuando repentinamente al comentarle a mi mejor amiga como me sentía, me pidió insistentemente hacerme una prueba de embarazo, para lo que respondí: Estás loca, es imposible. Y en ese imposible, terminé en su casa haciéndome un test casero. Resultado: POSITIVO. Me quedé helada, no pude hacer nada más que tomar una foto de la prueba y enviarla por Whatsapp al papá. Jamás olvidaré ese momento, eran tantas sensaciones juntas, era vernos por medio de Skype y no poder hablar, solo mirarnos y sonreír. Esa noche se lo conté a mi mamá, la agarré fría, me apoyó siempre y me dijo que lo confirmemos con una prueba de sangre. Pasó el fin de semana y fuimos a hacer el dichoso examen. En el laboratorio, mi mamá preguntaba el índice de error de los exámenes caseros, yo me sentía en estado nulo, seguía helada. Por la tarde podíamos conocer los resultados, le pedí al papá que el los viera por internet. Me llenó el corazón con un: Vas a ser mamá, mi amor. Y así, imposiblemente, empezó mi historia de amor. 

La noticia

Siempre tuve una carga muy pesada sobre mis hombros, tenía muchos propósitos profesionales en la vida. En mi sexto ciclo de Antropología, me veía logrando muchas cosas a futuro. Al igual que mi papá, que aún seguía diciendo que la medicina me iría bien, al igual que la ingeniería (durante toda mi vida escolar jalé matemáticas). Era representante estudiantil, muchos me veían con aura política al caminar por Generales Letras, de esto me enteré hace poco. A mis 22 años y a media carrera, un embarazo iba a ser un poco difícil de confesar. A todo esto, lo que tenía a mi favor era que el papá tenía un buen y estable trabajo. Pero sin más, lo dije. A mi papá le fue bastante chocante, en un inicio no tuvo una buena reacción, pasaron unas siete horas y me llamó a decirme que contaba con él para todo lo que necesitara. Más que hacer que todos acepten este nuevo camino de mi vida, debía aceptarlo yo, pues lo más complicado del asunto era que, mi ahora esposo, es peruano residente en el extranjero y que yo iba a iniciar una vida junto a él, una familia, donde yo sería la mamá. Para esto, debía dejar mis estudios, a mi familia, a mis amigos, mi inmadurez y mi, un poco rebelde, juventud. Si bien es cierto que este no fue el camino que yo escogí, es en el que me puso la vida y ahora sé que me puso con un propósito: crecer como ser humano y encontrarme con lo que estoy segura que más feliz me hace, ser la mamá de Amelia.

Inicio del amor

El sueño me mataba, no podía concentrarme en la universidad. Tenía muchísimas nauseas, los vómitos venían a cada instante. Los tres primeros meses fueron fatales, además de mi estado físico, mi estado emocional también estaba mal, dejar la universidad fue algo muy doloroso para mí, pero no podía continuar, no tenía opción. Además, el papá de mi bebé estaba exactamente a 14 horas de distancia en avión, lo extrañaba mucho. 

A diferencia de otros embarazos donde describen lo hermosa que se pone la piel, el mío hizo que mi piel se ponga horrible, me salieron muchos granos y espinillas, también se me secó mucho la piel y me veía cada vez más fea. Los problemas llegaron a su fin, cuando pude encontrarme con el papá de Amelia en el frío, y ya no tan extraño, Schiphol. Todo volvió a tener un sentido cuando pudimos empezar juntos nuestra etapa como padres de Amelia. Y yo, mi nueva etapa como madre de familia.  
21 octubre, 2015 7 comments
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