Esta semana cumplí 1 año entrenando y no se imaginan lo satisfecha que me siento. Durante este año he podido distinguir una idea equivocada sobre las razones para ejercitarse, yo no entreno con el objetivo de ver un número menor en la balanza, lo hago porque me ayuda a vivir. Llegar a esta idea no fue repentino, tuve que pasar por el agotamiento y la frustración. Quisiera decirles que es un camino sencillo y que los rápidos, y visibles, resultados te motivan a ser constante, pero no es así.
Todo sacrificio…
Durante las primeras semanas era un castigo, preferiría mil veces quedarme en cama y dormir un poco más, la fatiga y flojera eran más grandes. A eso se le sumaba el no ver un cambio frente al espejo, la ropa seguía quedándome igual y buscar salidas milagrosas y rápidas no faltaban en mis momentos de ocio. Los comentarios siempre han estado rondando ese límite de mi seguridad, creer que mi rutina no funcionaba por no verme más delgada eran un error, lo ideal siempre ha sido cómo me siento yo con esto y ejercitarme me hacía feliz.
Desde este nuevo entusiasmo y motivación, nació un paralelo entre la actividad física y el bienestar, algo en lo que me he concentrado durante este año. Para no hacerles creer que es una suerte de engaño, busqué entre la ciencia y encontré que, efectivamente, el ejercicio es la acción que mayor impacto tiene en el cerebro, con una inmediatez en el estado de ánimo y, tras una rutina, mejoras sustanciales en el cerebro y el sistema cardiovascular. No quisiera convertir este post en una exposición, pero les dejo un link muy interesante de una verdadera erudita en la materia, Wendy Suzuki: clic aquí.
¿Vieron el video? Si la respuesta es que sí, entonces solo me queda confirmar lo revelado. Si la respuesta es no, te recomiendo verlo para que entiendas por qué hacer ejercicio tiene un beneficio más grande que un abdomen plano.
Esos 45 minutos diarios que le quito a mi sueño, son 45 minutos que le sumo a mi alma: cultivo bienestar para afrontar mi día y disfrutar la vida. Suena utópico, pero les juro que es así.

Para alguien que no tenía una rutina, ¿cuál es la manera ideal de empezar?
El primer paso siempre es el más complicado, en este caso, el segundo es igual de difícil: levantarse hecho polvo y seguir sí duele. ¿Qué hice yo? Le pedí a los que me rodean que no me dejen flaquear y que ayuden a no rendirme. De esta manera, las semanas fueron pasando y ya iba agarrando un ritmo.
Algo igual de importante es poder buscar asesoría profesional, yo encontré al mejor entrenador y eso terminó siendo un 50%. Juntos encontramos lo que mejor se adaptaba para mis objetivos y trazamos una estrategia. Entre nos, lo mejor de todo es que las risas nuuuuunca faltan.
Ya teniendo encaminado el asunto, le sumé una actividad que desde hace mucho la tenía como hobby: zumba (baile). Incluirla dentro de la rutina semanal como un fijo me ayudó a balancear y agregarle la cuota divertida-artística al proyecto.
El bonus del plan ha sido convertirme en entusiasta del pádel (sepan que tengo a las mejores compañeras) y añadir algo que nunca quiero dejar de hacer: aprender… y así, aprendiendo a diario de mí misma y mi fortaleza, es como quisiera compartirles la mejor receta para encontrarme en bienestar.