Dos rayas, positivo. Entre tantas hormonas y dudas, la idea de que mi vida cobraría mayor sentido al convertirme en madre me llenaba de emoción, sería la mejor experiencia de mi vida. Un bebé llegaría a mi vida para enseñarme a bordar y a ser más mujer, sin pensar que esas dos rayas serían las que delimitarían mis días. Esperar en casa con el almuerzo servido, una sonrisa de oreja a oreja, mientras todos compartían sus experiencias personales y yo disfrutaba de la comodidad económica podía sonar muy bien.
Debía ser una leona inquebrantable y luchadora, los quejidos no están permitidos. El malestar que no tiene nombre (Betty Friedan) no tardó en llegar y la manera ideal de ser mamá se fue diluyendo como mi propia imagen lo había hecho frente al espejo de una cómoda fantasía. Como dice una de las tantas canciones que me acompañaban cuando tomaba el camino largo para demorarme en llegar a casa: “Las cosas son, no como crees, sino como ves” y la luz me tuvo que tocar para darme cuenta de que estaba viviendo una maternidad que no disfrutaba.
“El ideal materno oscila entre la madre sacrificada, al servicio de la familia y las criaturas, y la “superwoman” capaz de llegar a todo compaginando trabajo y crianza”, señala la periodista y autora Esther Vivas. Basta con buscar en internet para encontrar una serie de fotografías hermosas, donde la mujer sostiene con un brazo en felicidad a su recién nacido y con la otra teclea en la computadora, todo esto porque vivimos en una era digital, pero si retrocedemos algunos años atrás, que no te tome por sorpresa verlas, incluso, en tacones y delantal.
La cultura presenta la idea de la maternidad dogmática, totalitaria, basada en la Virgen María, para entenderte como obediente, sacrificada, silenciosa y amorosa. Laura Baena, fundadora del movimiento social Malas Madres, sustenta que la maternidad es una gran mentira de la sociedad y, en tanto encajes en el arquetipo, todo debería estar en orden, sin embargo, la vida no es una publicidad de leche Gloria y la culpa por haber fallado puede llevarte hasta lo más hondo de tus fracasos.

Durante los últimos 30 años, el permiso de maternidad laboral no se ha ampliado más allá de las 16 semanas y las ayudas sociales tampoco han ido en progreso, lo que conduce a una precariedad, inclusive en la vida del bebé. Ser mamá en el modelo patriarcal significa perder tu identidad, pues tratar de encajar en el patrón te desplaza de tus propios objetivos, en tanto esta visión de deber no se cambie y se vuelva parte de las políticas sociales de los países, la maternidad seguirá siendo un paralelo y no un complemento de vida. Como menciona la política y activista Beatriz Gimeno: “Obedecemos el modelo o somos malas madres y nos sentimos culpables”.
No todo es calamidad y somos afortunadas de vivir en una época en la que alzar tu voz se ha vuelto más asequible, en tanto ha surgido una lucha, desde el feminismo, que busca acercar a las mujeres a su propia maternidad y poner el asunto sobre el tablero político y económico, cosa que siempre se le ha negado. En ese sentido, la Asociación Petra Maternidades Feministas surge en contra de la apuesta institucional y exige valer y mejorar los derechos laborales respecto a la concepción para que no nos veamos en la obligación de elegir entre alguno de los dos caminos mencionados anteriormente.
Desde el mismo vientre, autoras como Esther Vivas y Laura Freixas aportan luces sobre la maternidad feminista y su camino para recuperar la práctica sin idealizarla para poder vivirla en libertad. Movimientos como Malas Madres explican que una estrategia de coalición entre las “buenas y malas madres” e implicar a los hombres en las tareas de cuidado pueden resultar como solución inmediata para aliviar la carga social que se nos ha impuesto.
Descubrir mi propia manera de ser madre ha atenuado en gran medida el sentirme culpable, a no renunciar a mis propios deseos mientras crio un ser humano. Recuperar mi identidad ha sido parte de un proceso personal y compartir la maternidad me ha llevado a dividir el peso entre dos, pero a nivel estructural nada ha cambiado, seguimos siendo ignoradas, aún gestando el futuro de la humanidad, por el Estado.
Después de esta redacción, que es parte de no haber abandonado mis sueños, regresaré tranquilamente a acostarme en el sofá a ver una película mientras papá hace las compras con la niña, sin ninguna culpa, sin temor a ser una “mala madre”.