Me llamo Andrea, pero cuando escribo, me llamo Amelia.
Y mi lámpara no alumbra todo, pero alcanza para seguir andando.
No soy constante, pero soy honesta.
No escribo porque tenga respuestas, sino porque me lleno de preguntas.
A veces me pierdo. A veces desaparezco.
Pero siempre vuelvo.
Porque escribir, para mí, es una forma de regresar.
Crecí creyendo que había que tener certezas para hablar.
Hoy escribo desde lo incierto. Desde el miedo, la ternura, la rabia o la esperanza.
“Si te duele, dilo bonito” me digo a veces.
Y otras, simplemente lo digo.
Hay días en los que solo puedo sostenerme con una frase que me encuentra justo antes de caer,
una taza caliente entre las manos como si fuera un refugio,
o una canción en la que alguien más —mucho antes que yo—
puso palabras a lo que yo aún no sabía cómo nombrar.
Y en esos pequeños actos de consuelo, la vida se vuelve un poco más habitable.
Como dijo Van Gogh: “Hay paz incluso en una tormenta.”
Y yo he aprendido a buscar esa paz en los bordes, en lo que duele, en lo que no parece suficiente, pero aún así florece.
Este blog no es un faro. No pretende alumbrar caminos enteros ni dar respuestas.
Es una lámpara pequeña, como esas que uno enciende en la mesita de noche cuando no puede dormir.
Una luz suave, íntima, que apenas alcanza para ver lo que hay dentro.
Pero si alguna de estas palabras enciende algo en ti —una emoción, un recuerdo, una pregunta—entonces habrá valido la pena.
Porque a veces no se trata de iluminar el mundo, sino de no quedarnos completamente a oscuras.